Ana, Verónica, Marta y Toro son cuatro solitarios que viven, en el sur de Chile, de manera rutinaria y silenciosa. Se acompañan sin necesidad de decir nada y, en cierta medida, intentan salvarse de una manera furtiva y extrema. Buscan amor fraternal, sexo, afecto, espacios y tiempos propios no sólo para despegarse de la soledad que los constituye íntimamente, sino también para reencontrarse ellos mismos.
«Con El cielo, la tierra y la lluvia estamos en presencia de una de las aventuras conceptualmente más densas y arriesgadas que haya producido el cine latinoamericano en los últimos años. Su renuncia radical a las servidumbres de la narración, a una sentimentalidad impostada, y su opción por una escritura libre que excava tenazmente en el paisaje para revelar nuestra inserción, conflictiva y agónica, en un espacio y un tiempo que nos trascienden, la convierten en una fascinante experiencia audiovisual donde cielo y tierra refieren, en una suerte de himno panteísta, al eterno desencuentro entre la magnificencia del mundo y la infelicidad que sella nuestra frágil condición humana».
— Alberto Ramos: Mabuse
«Otro de los puntos fuertes de la película es la fotografía, que tiene un protagonismo muy importante. Hay que destacar el trabajo realizado por el director de fotografía Inti Briones. Los hermosos paisajes de la historia están rodados en el sur de Chile. El director desde un principio quiso rodar en esa zona, aunque no la conocía bien si que tenía referencias de sus padres. Después de varias propuestas finalmente decidió rodar en Valdivia».
— Catálogo
«El cielo, la tierra y la lluvia es una representación del ser humano despojado de todo condimento post-moderno, aquí fluyen las mismas pulsiones de las primeras sociedades varadas en la inmensidad de un universo que se ensaña con estas pequeñas hormigas que no tienen valor ni voluntad, pero Torres Leiva no denigra a sus personajes, por el contrario los quiere y entiende».
— Reviviendo Cine